miércoles, 19 de octubre de 2011

El ascensor social

Todos mimamos en demasía a nuestros hijos, aunque la sabiduría popular recomiende que lo que menos agradecen los hijos son los mimos. El capricho, la permisividad no los prepara para las adversidades  que, inevitablemente, tendrán que afrontar en sus vidas.

Lo mismo vale para la enseñanza. El llamado “buenismo” , la palmada en la espalda, el “pobrecito, bastante tiene con lo que tiene en su casa”…y tantas otras cosas al uso hoy son “pan para hoy y hambre para mañana”. Solucionan, quizá, el problema inmediato, el aprobado de ese curso, pero están condenando al que recibe ese favor a que se quede donde está, a que no funcione el ascensor social que, gracias al esfuerzo de los estudios y, en muchos casos solo por ese camino, funciona, y que los podría sacar de la precariedad o la marginación.

Es bastante decepcionante ver cómo han cambiado  las cosas. Hace algunos años, la escuela pública sí conseguía la mejora de las condiciones sociales de sus alumnos y la siguiente generación tenía mejores expectativas que la anterior. Cosa que hoy no sucede.  Es cierto que el porcentaje de  estudiantes era menor y que, además, estaba casi siempre motivado por la familia que entendía claramente que el ascensor social dependía de la formación que pudieran alcanzar sus hijos.

En estos momentos, la situación está al límite. Precisamente los más débiles social y académicamente son los que necesitan con mayor apremio la formación, como única vía de salir de la posible exclusión. En mi opinión, y los datos lo demuestran, los alumnos que al final salen adelante se lo deben a la dedicación, el rigor y la exigencia y no a los regalos del buenismo.




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