viernes, 18 de octubre de 2019

Pensamiento

Lo único que nos libera de la mediocridad es el arte en cualquiera de sus formas: la contemplación de la belleza

lunes, 7 de octubre de 2019

Previo


Vivo en un tobogán de sensaciones desde hace unos cuantos días. Es como si te subieras a una colina y abajo, el paisaje conocido, querido, transformado con los años, de repente, se ha vuelto diferente, misterioso, con sorpresas inesperadas.

Es cierto que vivimos en un carrusel, pero nuestra infancia y adolescencia permanece en nosotros siempre. Las primeras papillas nunca se digieren bien, vuelven, decía una amiga mía. En el fondo, somos siempre los mismos aunque nuestra piel se vaya arrugando, nuestras fuerzas e ímpetu no tengan el mismo vigor. En el fondo del espejo seguimos siendo esas jóvenes que nos íbamos a comer el mundo.

Hace pocos días, dos llamadas de distintos ámbitos han alterado, en parte, mi vida: una de mis antiguas compañeras de Instituto-hace 50 años ya que acabamos allí-me llamó para comunicarme un encuentro en septiembre en León.
Toda una vida sin vernos, sin saber unas de otras, quizá alguna pincelada de alguna desgracia, poco más. A la mayoría de nosotras la vida nos ha dispersado por España, pero esa llamada fue suficiente para rememorar tantas cosas vividas en común: los primeros leotardos, los primeros baños nuevos del nuevo pabellón del Instituto, los ejercicios espirituales de don Fidel y las escapadas a comprar golosinas a la "señorina" junto al arco de la cárcel. El primer profesor "enrollado", moderno, recordado, don Leoncio,  las idas a Vegacervera a buscar trilobites, o la visita obligada a Lubén , en Ordoño, para ver el granito rosado compuesto de mica, feldespato y yeso con don Jaime. Y cómo no, nuetra querida profesora de música, Isaura, que nos educó el oído a base de canciones populares primero y de polifonía despúes y nos llevó a Zaragoza al primer encuentro nacional de coros de Instituto. Y el teatro que montamos al acabar sexto en los Capuchinos o las mentirijillas que le decíamos a don Joaquín, el de Geografía e Historia, para ir a jugar a baloncesto en vez de quedarnos en su clase , donde nos mandaba estudiar mientra él leía el periódico, o el pobrecito don Desiderio, y digo pobrecito porque fue jubilarse y morirse, claro que antes se jubilaban a los 70...y los 70 de entonces no son los de ahora...dónde va a parar...,jajaja, que nos llenaba la pizarra de números y, sin explicar más, los borraba y así sucesivamente. Han tenido que pasar años para que, al fin , me interesaran las Matemáticas.

Cuando acabamos Preu,varias fuimos a estudiar a la Universidad de Salamanca.

Y de Salamanca vino la segunda llamada de estos días que también trastocó mis emociones. Otro encuentro, esta vez de antiguos alumnos de la Universidad, con motivo de la celebración de su octavo centenario. Salamanca resplandeciente, hermosísima y por unos días volviamos a tener veinte años y queríamos revivirlo todo, como si nuestra vida hubiera sido sólo un paréntesis. Y el reencuentro emocionado con compañeros del Coro Universitario de los que no sabía desde hace 40 años, el ponernos al día atropelladamente de nuestras vidas y al anochecer, en el hotel, pensar qué habría sido de nuestras vidas si..., o si..., como en las novelas de Paul Auster, el azar que nos lleva.

Y de nuevo la realidad de cada día, pero más rica con los reencuentros, más dulce, que me dibuja una sonrisa casi sin querer.

Encuentro

León, 28 de septiembre de 2019

Queridas compañeras, queridas amigas:

Otra vez aquí, juntas, en el León de nuestra niñez y de nuestras querencias.
Y no es poco, aunque parezca una reunión más. El hecho de volver a hacerlo es un triunfo. Cada día que pasa, en la que empieza a ser ya nuestra larga vida, es un regalo. Porque es un regalo poder compartir( cum panem) nuestras penas y alegrías, volver a sentirnos niñas llenas de ilusión y esperanza.
Lo profesional ya lo hemos cumplido y ahora nos queda lo personal: ser mejores personas, servir de consuelo, vivir cada momento como si fuera el último, ser muy conscientes de ello.
Decía Quevedo en un poema lleno de pesimismo , en su vejez:

" y no hallé cosa en que poner los ojos
  que no fuese recuerdo de la muerte".

Nosotras, con nuestros encuentros y nuestra ilusión , desafiamos ese triste pensamiento y nos emplazamos a recordar momentos gratos de nuestra existencia.
Aspiramos únicamente a que nuestra huella sea de bondad. Nos sumamos al poeta León Felipe diciendo:

" pasar por todo una vez
  ligero, siempre ligero
  que no hagan callo las cosas
  ni en alma ni en el cuerpo"

Amigas, aún nos quedan muchas cosa por decir y hacer.