martes, 5 de junio de 2018

Memoria



Vivo en un tobogán de sensaciones desde hace unos cuantos días. Es como si te subieras a una colina y abajo el paisaje conocido, querido, transformado con los años, de repente se ha vuelto diferente, misterioso, con sorpresas inesperadas.

Es cierto que vivimos en un carrusel , pero que nuestra infancia y adolescencia permanece en nosotros siempre. Las primeras papillas nunca se digieren bien, siempre vuelven , decía una amiga mía.  En el fondo, somos siempre los mismos  aunque nuestra piel se vaya arrugando o nuestras fuerzas e ímpetus no tengan el mismo vigor. En el fondo del espejo seguimos siendo esas jóvenes que nos íbamos a comer el mundo.

Hace pocos días, dos llamadas de distintos ámbitos han alterado, en parte, mi vida: una de mis antiguas compañeras de Instituto, cumpliremos 50 añazos desde que salimos de allí, me llamó para comunicarme la celebración de un encuentro en septiembre de este año en León. Toda una vida sin vernos, sin saber unas de otras , quizá alguna pincelada de alguna desgracia, poco más. A la mayoría de nosotras la vida nos ha dispersado por España, pero esa llamada fue suficiente para rememorar tantas cosas vividas en común: los primeros leotardos, los primeros baños nuevos del nuevo pabellón del Instituto, los ejercicios espirituales de D. Fidel y las escapadas a comprar golosinas a la "señorina" que se ponía junto al arco de la cárcel. El primer profesor "enrollado", moderno, recordado, D. Leoncio, o las idas a Vegacervera a buscar trilobites, o la visita obligada a Lubén , en Ordoño, para ver el granito rosado compuesto de mica, feldespato y yeso con D. Jaime. Y cómo no, nuestra querida profesora de música, Isaura, que nos educó el oído a base de canciones populares y nos llevó a Zaragoza al primer encuentro de coros de Instituto: " Ya despunta la mañana de la Aurora el dulce sueño, ilumina su ventana con dudoso resplandor...Y el teatro que montamos al acabar sexto en los Capuchinos o las mentirijillas que le decíamos a D. Joaquín, el de Geografía e Historia para ir a jugar al baloncesto en vez de quedarnos en su clase, donde nos mandaba estudiar y él leía el periódico, o el pobrecito de D. Desiderio, y digo pobrecito porque fue jubilarse y morirse, claro que antes se jubilaban a los 70...y los 70 de entonces no son los de ahora...dónde va a parar...ja, ja, ja, que nos llenaba la pizarra de números y sin explicar más, los borraba y así sucesivamente. Han tenido que pasar años para que, al fin,  me interesaran las Matemáticas.

Cuando acabamos Preu, creo recordar que sólo 5 chicas nos fuimos a la Universidad: MªJesús Luelmo, Carmen Castrillo, Begoña Morón y yo. Recuerdo el número 5, pero ahora no sé quién es la quinta. Y todas a Salamanca.

Y de Salamanca vino la segunda llamada de estos días que también trastocó mis emociones. Otro encuentro, esta vez de antiguos alumnos de la Universidad de Salamanca, con motivo de la celebración de su octavo centenario. Salamanca resplandeciente, hermosísima y por unos días volvíamos a tener veinte años, y queríamos revivirlo todo, como si nuestra vida hubiera sido sólo un paréntesis. Y el reencuentro emocionado con compañeros del coro universitario de los que no sabía desde hace 40 años, el ponernos al día atropelladamente de nuestras vidas y al anochecer, en el hotel, pensar qué habría sido de nuestras vidas si..., o si..., como en las novelas de Paul Auster, el azar que nos lleva.

Y de nuevo la realidad de cada día, pero más rica con los reencuentros, más dulce, que me dibuja una sonrisa  casi sin querer.