viernes, 8 de febrero de 2019

Florencio Maíllo

La vida, a veces, te regala ráfagas de belleza que te penetran como un rayo y te redimen de tanta vulgaridad, de tanto "do ut des", de tanta ramplonería.

Conocí a Florencio Maíllo este verano en un pueblo de la Sierra de Francia, Mogarraz, en Salamanca, a través de unos muy queridos amigos recobrados después de cuarenta años de ausencias.
El viaje, ya en sí mismo, era una vuelta al pasado con una mezcla de nostalgia y felicidad. Predisponía a la sorpresa, al interés por lo nuevo, una vez recuperado lo antiguo...pero aguardaba algo inesperado.

Maíllo te mira con los ojos de la inteligencia, desde atrás, desde el interior, inquieto, rapaz. Sobrecoge porque nada se le escapa y capta tu alma aunque no quieras.La sorpresa de sus retratos casi intimida porque sus protagonistas te miran igual que él, desde el fondo de su alma. 
Qué pocos pintores son capaces de captar ese hálito que posee Maíllo en sus retratos. Por ese portentoso dominio del pincel, las miradas de sus retratos me recuerdan a Velázquez.

¡Qué privilegio poder degustar tanta belleza!