Vivo en un
tobogán de sensaciones desde hace unos cuantos días. Es como si te subieras a
una colina y abajo el paisaje conocido, querido, transformado con los años, de
repente se ha vuelto diferente, misterioso, con sorpresas inesperadas.
Es cierto que
vivimos en un carrusel , pero que nuestra infancia y adolescencia permanece en
nosotros siempre. Las primeras papillas nunca se digieren bien, siempre vuelven
, decía una amiga mía. En el fondo,
somos siempre los mismos aunque nuestra
piel se vaya arrugando o nuestras fuerzas e ímpetus no tengan el mismo vigor.
En el fondo del espejo seguimos siendo esas jóvenes que nos íbamos a comer el
mundo.
Hace pocos días,
dos llamadas de distintos ámbitos han alterado, en parte, mi vida: una de mis
antiguas compañeras de Instituto, cumpliremos 50 añazos desde que salimos de
allí, me llamó para comunicarme la celebración de un encuentro en septiembre de
este año en León. Toda una vida sin vernos, sin saber unas de otras , quizá
alguna pincelada de alguna desgracia, poco más. A la mayoría de nosotras la
vida nos ha dispersado por España, pero esa llamada fue suficiente para
rememorar tantas cosas vividas en común: los primeros leotardos, los primeros
baños nuevos del nuevo pabellón del Instituto, los ejercicios espirituales de
D. Fidel y las escapadas a comprar golosinas a la "señorina" que se
ponía junto al arco de la cárcel. El primer profesor "enrollado",
moderno, recordado, D. Leoncio, o las idas a Vegacervera a buscar trilobites, o
la visita obligada a Lubén , en Ordoño, para ver el granito rosado compuesto de
mica, feldespato y yeso con D. Jaime. Y cómo no, nuestra querida profesora de
música, Isaura, que nos educó el oído a base de canciones populares y nos llevó
a Zaragoza al primer encuentro de coros de Instituto: " Ya despunta la
mañana de la Aurora el dulce sueño, ilumina su ventana con dudoso
resplandor...Y el teatro que montamos al acabar sexto en los Capuchinos o las
mentirijillas que le decíamos a D. Joaquín, el de Geografía e Historia para ir
a jugar al baloncesto en vez de quedarnos en su clase, donde nos mandaba
estudiar y él leía el periódico, o el pobrecito de D. Desiderio, y digo
pobrecito porque fue jubilarse y morirse, claro que antes se jubilaban a los
70...y los 70 de entonces no son los de ahora...dónde va a parar...ja, ja, ja,
que nos llenaba la pizarra de números y sin explicar más, los borraba y así
sucesivamente. Han tenido que pasar años para que, al fin, me interesaran las Matemáticas.
Cuando acabamos
Preu, creo recordar que sólo 5 chicas nos fuimos a la Universidad: MªJesús
Luelmo, Carmen Castrillo, Begoña Morón y yo. Recuerdo el número 5, pero ahora
no sé quién es la quinta. Y todas a Salamanca.
Y de Salamanca
vino la segunda llamada de estos días que también trastocó mis emociones. Otro
encuentro, esta vez de antiguos alumnos de la Universidad de Salamanca, con
motivo de la celebración de su octavo centenario. Salamanca resplandeciente,
hermosísima y por unos días volvíamos a tener veinte años, y queríamos
revivirlo todo, como si nuestra vida hubiera sido sólo un paréntesis. Y el
reencuentro emocionado con compañeros del coro universitario de los que no sabía
desde hace 40 años, el ponernos al día atropelladamente de nuestras vidas y al
anochecer, en el hotel, pensar qué habría sido de nuestras vidas si..., o
si..., como en las novelas de Paul Auster, el azar que nos lleva.
Y de nuevo la
realidad de cada día, pero más rica con los reencuentros, más dulce, que me
dibuja una sonrisa casi sin querer.