sábado, 28 de enero de 2012

La Escala

Los rayos de sol se abren paso entre las nubes como en un dibujo infantil. Hay multitud de verdes esta mañana: verde-gris de los olivos; verde-amarillento de los campos; verde oscuro de los pinos; verde-manzana de los brotes nuevos. Alguna mimosa empieza a brillar arrimada a las paredes de los huertos. Apenas sopla viento. El mar está en calma y el agua crecida hasta las últimas huellas de las rocas. Un cormorán pesca tranquilamente en la playa, ahora vacía de intrusos. Las calles del pueblo, casi vacías. Al otro lado de la bahía,  no se ve casi la sierra de la Albera, ni el Canigó nevado.

Todo está en calma.

El Ampurdán  en todo su esplendor de invierno.

jueves, 19 de enero de 2012

Bilbao

A las diez de la mañana, la ciudad tiene una tímida luz tamizada por la ría. La torre Iberdrola se yergue como el nuevo faro que anuncia la llegada del barco de titanio del museo Guggenheim. La vista del museo desde el otro lado de la ría es espléndida. ¡Qué lejos queda la negrura que lo impregnaba todo! Desde los puentes, se pueden contemplar los eucaliptos del monte y el tranvía que recorre el borde de la ría, ahora limpia.
Las casonas de la Gran Vía, la Biblioteca, la Alhóndiga, hasta llegar al Arenal.
En el museo de Bellas Artes, Antonio López, el pintor mágico de Madrid, nos emociona con sus flores inacabadas.
En la belleza del Guggenheim se concentra todo el esfuerzo de superación de una ciudad.
Bilbao resplandece.

viernes, 13 de enero de 2012

Las doce

Ha cambiado la luz. Por las tardes, sobre todo. Los días se alargan aunque todavía muy poco. Desde el banco, en la placita, observo a la gente pasar a través de un velo de sueños: la mujer joven que taconea con fuerza, el mentón levantado, se siente en la plenitud; el hombre maduro, en la cincuentena, con chaqueta y cartera de cuero, vencido por las circunstancias, con barba casi toda blanca, bien recortada, galanteador seguro hace algunos años; el camarero chino, ajeno a todo, que regenta un bar del que ni siquiera ha cambiado el nombre; los obreros de la obra están pintando una fachada y hablando a gritos entre ellos; un adolescente pasa en su monopatín, erguido, desafiante y a la misma velocidad a la que, en su imaginación, piensa comerse el mundo en los próximos años. En la otra esquina, la floristería. En hilera, ciclámenes espléndidos, geranios, cinerarias y pensamientos de terciopelo de colores; en la vitrina, delicadas violetas dispuestas ya para el regalo y casi artificiales orquídeas. Las flores son bellísimas, pero en las floristerías huele a cementerio.
El sol me acaricia suavemente en esta fría mañana de enero.