jueves, 3 de noviembre de 2011

Viajar

Una hora en la playa , o dos a lo sumo, antes de las doce que luego hace demasiado calor. Una ducha lenta. No hay relojes. Las letras del libro se van juntando y distorsionando: resbala la siesta como un lagarto perezoso. Un café contemplando la bahía. Un paseo largo. El cielo estrellado, en calma. El chiar de las golondrinas en los hilos de la luz por la mañana. Las horas y los días se alargan.

Cuando viajamos, en cambio, todo es rápido. Sabes que a lo mejor no vas a volver a ese lugar nunca y por tanto tienes que absorber con ansia lo que ves, a veces en rebaño de gentes. Quieres conocer, ver, tocar, probar...Vuelves molido del viaje. Pero algo nos impele a repetir la experiencia. El proyecto es siempre placentero.

Nada que ver vacaciones con viajar.


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