Vamos por la calle a nuestras cosas. Pocas veces miramos al cielo, a los árboles, a las personas con las que nos cruzamos. Miramos sin ver y vemos sin mirar. Parecemos personajes de Magritte. Pero eso, a veces, puede ser una bendición: la del anonimato. Haces sin dar cuentas a nadie y sin que nadie te las dé.
¡Qué diferente en un pueblo! Tu vida es patrimonio de todos los demás, quieras o no.
Los que no vivimos habitualmente en un pueblo parecemos novatos de naturaleza y de tiempo. Suscitamos la ironía, cuando no la burla de sus habitantes.
El menosprecio de corte y alabanza de aldea suele hacerse desde la corte... Siempre anhelamos lo que no tenemos.
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