Arrastra su carrito
amarillo. El cartero de mi barrio es un hombre entrañable: menudo, vivaracho,
con poco pelo y piel muy blanca, un aparatito en su oreja para oír mejor y unas
gafitas redondas; y siempre una palabra o una sonrisa amable. Mira y conoce a
quien saluda.
Pocas cartas llevan
ahora los carteros porque apenas se escriben en papel. Recuerdo las enormes
carteras de cuero que llevaban hace años, repletas, colgando del hombro. El cartero
se esperaba siempre con cierta impaciencia, con esperanza y, a veces, con temor
también.
Por eso, al verlo,
me trae a la memoria aquellos otros carteros antiguos, aquellos que en Navidad
se pasaban por las casas con su tarjetita, “el cartero le desea Felices Pascuas”,
para recibir el pequeño aguinaldo. Ya sabíamos cómo eran los sueldos y en
Navidad el corazón se afloja…
No sé si este oficio
durará ya mucho; pero mientras, el cartero de mi barrio es capaz, seguramente
sin saberlo, de alegrar las mañanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario