lunes, 16 de abril de 2012

Naturaleza

Llueve con fuerza. Las gotas estallan en los cristales formando borbotones espesos, como los de la bechamel haciéndose. Relámpagos y truenos en la tormenta y, a lo lejos, un jirón de luz brillante y azul. En un recodo del camino, los campos amarillos de humildes nabos. ¡Qué hermosura! En la vereda, las flores silvestres: azules, blancas, amarillas y, de vez en cuando, amapolas ya, de rojo intenso. Y los olivos, zarandeados por el viento, no muy severo, bañándose con alegría. Más adelante, los manzanos en espaldera, llenos de flores.

Y por fin el mar, siempre el mar. Hace unas horas en calma; luego, las pequeñas crestas de espuma blanca de las olas y el color puro, nítido, de la tramontana; y  otra vez la calma, pero distinta, esta vez con mar de fondo y olas de acero que llenan la bahía y anuncian la lluvia.

 Y una rana verde, minúscula, resplandeciente, como la lluvia.

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