Las cañas se cimbrean hasta casi
tocar el suelo. Los pocos chopos amarillean o pierden sus hojas en este
invierno adelantado de noviembre. El verde de los olivos, los cipreses y los
pinos se vuelve casi gris y sólo los
barbechos rosas , ocres y rojizos destacan debajo de un cielo claro, sin
sombras de humedad. Quedan algunas manzanas rojas por recoger, pero ya no hay
color en los caminos. Las crestas blancas del mar y el Canigó con las primeras
nieves, en primer plano, casi irreal por lo cercano que aparenta. Las calles,
casi desiertas y los remolinos de las hojas muertas vagando por ellas.
Incomoda la tramontana cuando dura
días y días, aunque limpie todo, hasta los malos humores de la gente . La
leyenda cuenta que vuelve chiflados o genios a quienes la sufren.
Sopla y sopla sin descanso y los
moradores del pueblo apenas salen. Sólo algunos foráneos, conmovidos por la
belleza de lo que ven, se refugian en los pocos bares del pueblo que permanecen
abiertos.
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