jueves, 12 de octubre de 2017

Insisto

Insisto.
El domingo día 8 de octubre, llevaba una pequeña pancarta en la que se leía:" los nacionalismos son el cáncer de Europa". Muchas personas, al pasar, asentían, fotografiaban o aplaudían la modesta proclama, incluidos varios extranjeros. El  autobús en el que íbamos a Paseo de Gracia estalló en un espontáneo aplauso al ver la cantidad de banderas españolas y catalanas que al fin, y sin vergüenza de ser tachados de fascistas, ondeaban en la calle.
El nacionalismo, de cualquier clase, que es algo muy distinto de ser patriota, es una ideología retrógrada, excluyente, racista. Cuando alguien habla de "pueblo", es para echarse a temblar porque esa generalización, ese sentimiento de pertenencia, indica siempre superioridad y menosprecio por el otro.
En un pueblo del Ampurdán , en Gerona, una abuela le preguntaba a su nieta de unos 3 años: ¿ tú eres castellana o catalana? ("castellana" igual a cualquiera que no sea catalán, da lo mismo que digas que eres asturiano o andaluz), y la niña, sonriente, contestaba: catalana, ante la aprobación y satisfacción de su abuela. Esto no me lo han contado, lo he vivido yo. Y así es como poco a poco se va conformando el sentimiento de tribu del que, acertadamente, hablaba  el dramaturgo Albert Boadella hace unos días. Miren los apellidos de los cuadros dirigentes catalanes y observen si se corresponden a  los patronímicos catalanes más frecuentes o a otra cosa.
Es terrible porque el concepto de "pueblo" ningunea al individuo, a la persona, que sólo desea vivir mejor, tener más oportunidades, ser feliz, tener un plato y un techo, independientemente de su circunstancial lugar de nacimiento.

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